Spam (Rafael Otegui)(Reseña).

Cómo resistirse al tentador tacto de un poemario cuya acartonada portada nos muestra, tridimensionalmente, a los protagonistas de À bout de souffle y cuyo título es Spam: difícil de veras no abrir la portada y escrutar su interior.

Gracias a tan hábil estrategia, a tan sutil y artesanal mercadotecnia he podido comprobar que no sólo su portada merecía la pena sino que el poeta que alberga su interior no es peor de los que aparecen en las editoriales más relevantes. Será por ese acento descarado, por la audacia en su poética o por ese no tener que convencer a nadie, es por lo que a mí me ha convencido.

Spam contiene un puñado de magníficos poemas, algunos ferozmente provocadores y eróticos (Mocosas), varios escritos en prosa (Hoy te busqué en facebook), además de poemas paternales (Mi viejo) y sociales (Marx y las moscas); todos bien trabajados con un fino hilo de humor cuando hace falta y profundo cuando el tema lo requiere.

Me enganchó enseguida ese acento argentino, esa aparente sencillez que tiene al narrar y cómo ahonda en el mensaje, sin finales espectaculares, simplemente dejando con sutileza que la idea rumie cuando la lectura finaliza. Sin embargo, prefiero sus poemas largos a los menos extensos que conforman Bostezo Nacional.

Al prólogo le sigue un relato de cómo encontrar el instante preciso para escribir, siendo el poema-prosa final un advertencia sobre las pretensiones de la poesía actual, idéntificándola -¿les sorprende, de un argentino?-con los cientos de goles que se marcan a diario y que se pierden en el olvido de los tiempos.

Para mí Spam, no ha caído en la colosal bandeja de poesía no deseada, ojalá hubiese más poesía tan fresca, sugerente e irónica como esta, cuyas pretensiones pueden ser las de cualquier poeta, escribir sobre lo cotidiano con un estilo propio y quizás, dejar un gustoso recuerdo.

Mocosas.

Dolores entró en mi cuarto silbando una canción de Los Piojos y se quitó la remera de una. Tenía unas temas graciosas, puntiagudas, con los pezones ladeados hacia afuera, como de perfil. A mí me gustaba juntárselos a la altura del esternón, o palpárselos por abajo con golpecitos suaves para sentir el rebote de toda su teta en mi mano. Era un juego incendiario al que Dolores se prestaba sin problemas cada vez que venía a estudiar a casa.

Cursábamos juntos el ciclo básico de sociología desde hacía casi un año, pero sólo cogíamos cuando teníamos exámenes. Habíamos llegado a ese acuerdo: sólo teníamos permitido coger en épocas de exámenes. Era un incentivo para el estudio, decíamos. Lo habíamos probado en el primer cuatrimestre y había dado resultado. Buenas notas, buenos orgasmos. Por el contrario, un par de veces cogíamos sin la presión de rendir, sin la tensión de los exámenes, y tuvimos un sexo insípido, un sexo distraído, olvidable.

Ese día preparábamos un parcial de filosofía y Dolores se había venido con una musculosa apretada, sin corpiño, en son de guerra. Yo la vi entrar así, tan marcada, los pezones altivos dibujándose con violencia, y supe de pronto que estaba enamorado. Cogimos medio express, sexo rápido en el cuarto y con las medias puestas, y después nos sentamos a estudiar.

Estudiamos mucho esa noche, pero al día siguiente Dolores desaprobó el examen de filosofía. Lloró cuando le dieron la nota. Una semana después me dijo que dejaba la carrera y que se cambiaba a diseño de imagen y sonido, o algo así. Es lo que siempre quise en el fondo, me dijo. Después nos hablamos un par de veces, pocas. Una vez le mandé una mail y contestó al mes. Después le mandé otro invitándola a estudiar en casa, pero no me respondió. Nunca más volvimos a coger.

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